Bajo el auspicio de Herzog y Rollins este documental Dinamarquense-Británico-Noruego se centra en un intento de hacer una película acerca de uno de los más famosos responsables de las matanzas en Indonesia. A lo largo de la película vemos la evolución de Anwar Congo, y algunos de sus compañeros de oficios, otros “gángsters” responsables de hacer la limpieza étnica que el estado quería sin asociarse directamente con el ejercito; hay un pequeño camino de redención al revisitar su propio pasado pero queda enteramente a discreción del espectador qué tanto circulan por este si es que llegan a hacer más que tirarle una pispeada. Hay tres líneas importantes que me gustaría repasar en esta película, y como todo cocainómano sabrá es siempre más sano tomar de a una, para poder disfrutarlas mejor.
La narrativa inicial es la búsqueda de una reconstrucción de los actos de lesa humanidad por sus perpetradores, esa línea documental recuerda un poco a Shoah de Claude Lanzmann, donde algunos civiles asociados al holocausto son forzados a revivir el período y sus acciones, llevándolos a quebrarse frente a cámara. Pero los indonesios son felices en su memoria, como si recordaran travesuras adolescentes. Va de la mano ver una película de Elvis, silbarle a las chicas y cortar una cabeza. Supongo que la gran diferencia entre ambos escenarios, lo que resulta en que uno nos parezca empatizable mientras el otro es inhumano, es el discurso que se estableció luego del evento. Mientras Alemania fue convencida y permanentemente recordada del horror de sus acciones, acá los responsables siguen en el poder y lo ven como algo ni siquiera necesario, puramente correcto y natural. No son sólo los responsables los que viven en ese sueño febril, la gente se ríe al recordar las matanzas de comunistas o charlan con los mismos responsables acerca del asesinato de seres queridos como si no hubieran hecho muchas veces lo mismo a tantos otros. El único momento en que escapa un poco de charla en reproche, durante la filmación de un programa matutino en que la presentadora se ríe con el recuento de cientos de homicidios, la crítica a los asesinos cae más cercana a la visión que los americanos tenían de los soldados en Vietnam. Los consideran personas inestables que tienen que haber sido dañadas por la violencia en la que vivieron, y aunque uno puede estar de acuerdo falta todo el aspecto de su asociación al genocidio de chinos y la explotación de su propio país. Es una aceptación total de su pasado sin ningún intento de revisionismo o cuestionamiento.
A lo largo de la película tenemos un gradiente de visiones de parte de los paramilitares. Mientras nuestro personaje protagonista tiene una dualidad entre sus pesadillas por los muertos y su recuerdo casi cariñoso de su juventud homicida; su subordinado directo se pone en una posición mucho más sincera acerca de lo que hicieron aunque para nada culposa. Por otro lado tenemos a Adi Zulkadry, completamente directo acerca de la injusticia en sus acciones pero sin querer reconocer culpa alguna por sus acciones, más bien se esfuerza múltiples veces para defenderlas de diferentes maneras. En todos es evidente que lo que dicen a cámara es más cercano a una mentira que se vienen repitiendo a sí mismos que a una verdad con confianza; pero a mi parecer regresa al punto anterior. No es una incapacidad de sentir culpa, es que su sociedad eliminó los recursos para entender sus sentimientos.
Hay otro tema más sutil, así como una piña en la cara es sutil cuando se te está incendiando la casa. Cuando el mayor gangster recuerda su primer y único trabajo, revender entradas de cine, lamenta la prohibición de cines norteamericanos al llegar los comunistas al poder porque significó que menos gente fuera al cine. Vemos en televisiones de fondo películas de acción, en los negocios tienen mochilas de Bob Esponja, los candidatos políticos escuchan a Obama. La identidad cultural del país es la de una colonia. Todo tiene su propia interpretación, su música y su baile pero bajo las narrativas insertadas. A la hora de hacer la película que excusa la creación del documental las comparaciones que vienen son Grant y MGM, las ideas de actuación son sacadas primero de la experiencia de cine extranjero antes que de la experiencia real que vivieron.
El punto más fuerte de esto es la anécdota repetida múltiples veces de que el original método de Anwar está tomado directamente de las películas de gángsters. El cine, más aún durante la guerra fría, es una herramienta de propaganda, eso es algo bastante sabido, pero en la vida de esta gente es también un moldeador directo de su vida. ¿Es esto un efecto secundario o es algo intencional? Esa pregunta nace de lo que aprendemos en esta otra película, así que necesariamente quedamos atrapados en un loop. Conozco muchos fanáticos de Tarantino y hasta donde sé muy pocos han terminado quemando gente viva; y vivimos en un país con una experiencia cercana de terrorismo de estado donde el factor cinematográfico no colaboró de ninguna manera tan declarada. Podemos entender, entonces, que el caso indonesio no es una regla. Qué tanto es una excepción o una rareza, sin embargo, queda a discreción de cada lector.
La tercer idea de la que no podía escapar al ver esta película es lo fácil que podría ser esto la Argentina. Ciertamente los responsables, demasiado viejos para ser tan carismáticos como estos, tienen el mismo espíritu de legitimidad. Si no temieran el rechazo público quizás guiarían documentalistas europeos a ver las cárceles clandestinas y los centros de detención, se reirían contando su inventiva al buscar formas eficientes de limpiar cadáveres. Por suerte no necesitamos que la Unión Europea nos venga a mostrar lo amorales que fuimos. No es que sobren pero hay bastantes películas que lidian con nuestra propia historia competentemente, quizás este documental puede ser visto como otro ángulo que no nos atrevemos a explorar lo suficiente. Como una especie de ciencia ficción, en lugar de mostrar la realidad le da una vuelta de tuerca para dejar las conexiones a nuestro criterio. Somos un pueblo demasiado sensible y veríamos casi como violencia una historia en un mundo donde todos toleran o están de acuerdo con los militares golpistas, sería imposible siquiera conseguir actores para eso, es casi una suerte que podamos contar con la realidad misma para ver ese escenario.
La narrativa inicial es la búsqueda de una reconstrucción de los actos de lesa humanidad por sus perpetradores, esa línea documental recuerda un poco a Shoah de Claude Lanzmann, donde algunos civiles asociados al holocausto son forzados a revivir el período y sus acciones, llevándolos a quebrarse frente a cámara. Pero los indonesios son felices en su memoria, como si recordaran travesuras adolescentes. Va de la mano ver una película de Elvis, silbarle a las chicas y cortar una cabeza. Supongo que la gran diferencia entre ambos escenarios, lo que resulta en que uno nos parezca empatizable mientras el otro es inhumano, es el discurso que se estableció luego del evento. Mientras Alemania fue convencida y permanentemente recordada del horror de sus acciones, acá los responsables siguen en el poder y lo ven como algo ni siquiera necesario, puramente correcto y natural. No son sólo los responsables los que viven en ese sueño febril, la gente se ríe al recordar las matanzas de comunistas o charlan con los mismos responsables acerca del asesinato de seres queridos como si no hubieran hecho muchas veces lo mismo a tantos otros. El único momento en que escapa un poco de charla en reproche, durante la filmación de un programa matutino en que la presentadora se ríe con el recuento de cientos de homicidios, la crítica a los asesinos cae más cercana a la visión que los americanos tenían de los soldados en Vietnam. Los consideran personas inestables que tienen que haber sido dañadas por la violencia en la que vivieron, y aunque uno puede estar de acuerdo falta todo el aspecto de su asociación al genocidio de chinos y la explotación de su propio país. Es una aceptación total de su pasado sin ningún intento de revisionismo o cuestionamiento.
A lo largo de la película tenemos un gradiente de visiones de parte de los paramilitares. Mientras nuestro personaje protagonista tiene una dualidad entre sus pesadillas por los muertos y su recuerdo casi cariñoso de su juventud homicida; su subordinado directo se pone en una posición mucho más sincera acerca de lo que hicieron aunque para nada culposa. Por otro lado tenemos a Adi Zulkadry, completamente directo acerca de la injusticia en sus acciones pero sin querer reconocer culpa alguna por sus acciones, más bien se esfuerza múltiples veces para defenderlas de diferentes maneras. En todos es evidente que lo que dicen a cámara es más cercano a una mentira que se vienen repitiendo a sí mismos que a una verdad con confianza; pero a mi parecer regresa al punto anterior. No es una incapacidad de sentir culpa, es que su sociedad eliminó los recursos para entender sus sentimientos.
Hay otro tema más sutil, así como una piña en la cara es sutil cuando se te está incendiando la casa. Cuando el mayor gangster recuerda su primer y único trabajo, revender entradas de cine, lamenta la prohibición de cines norteamericanos al llegar los comunistas al poder porque significó que menos gente fuera al cine. Vemos en televisiones de fondo películas de acción, en los negocios tienen mochilas de Bob Esponja, los candidatos políticos escuchan a Obama. La identidad cultural del país es la de una colonia. Todo tiene su propia interpretación, su música y su baile pero bajo las narrativas insertadas. A la hora de hacer la película que excusa la creación del documental las comparaciones que vienen son Grant y MGM, las ideas de actuación son sacadas primero de la experiencia de cine extranjero antes que de la experiencia real que vivieron.
El punto más fuerte de esto es la anécdota repetida múltiples veces de que el original método de Anwar está tomado directamente de las películas de gángsters. El cine, más aún durante la guerra fría, es una herramienta de propaganda, eso es algo bastante sabido, pero en la vida de esta gente es también un moldeador directo de su vida. ¿Es esto un efecto secundario o es algo intencional? Esa pregunta nace de lo que aprendemos en esta otra película, así que necesariamente quedamos atrapados en un loop. Conozco muchos fanáticos de Tarantino y hasta donde sé muy pocos han terminado quemando gente viva; y vivimos en un país con una experiencia cercana de terrorismo de estado donde el factor cinematográfico no colaboró de ninguna manera tan declarada. Podemos entender, entonces, que el caso indonesio no es una regla. Qué tanto es una excepción o una rareza, sin embargo, queda a discreción de cada lector.
La tercer idea de la que no podía escapar al ver esta película es lo fácil que podría ser esto la Argentina. Ciertamente los responsables, demasiado viejos para ser tan carismáticos como estos, tienen el mismo espíritu de legitimidad. Si no temieran el rechazo público quizás guiarían documentalistas europeos a ver las cárceles clandestinas y los centros de detención, se reirían contando su inventiva al buscar formas eficientes de limpiar cadáveres. Por suerte no necesitamos que la Unión Europea nos venga a mostrar lo amorales que fuimos. No es que sobren pero hay bastantes películas que lidian con nuestra propia historia competentemente, quizás este documental puede ser visto como otro ángulo que no nos atrevemos a explorar lo suficiente. Como una especie de ciencia ficción, en lugar de mostrar la realidad le da una vuelta de tuerca para dejar las conexiones a nuestro criterio. Somos un pueblo demasiado sensible y veríamos casi como violencia una historia en un mundo donde todos toleran o están de acuerdo con los militares golpistas, sería imposible siquiera conseguir actores para eso, es casi una suerte que podamos contar con la realidad misma para ver ese escenario.
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